Heterotiernos

La publicidad es como un gran espejo convexo que nos devuelve la realidad ampliada con las características más execrables de cada rol, mostrándonos, en todo su esplendor, la perversidad de la sexista organización social. Esa, que les arrebata a ellos la posibilidad de ser y sentir más emociones que la histeria contra el árbitro o la rabia de la ambición, o la posesión frustrada. El atisbo de que ellos pueden ser diferentes fue la impactante imagen de “todo-músculos” con la potencia arrebatada por unos fulgurantes tacones rojos, ese icono erótico del imaginario masculino que dispara sus hormonas. Aunque nos coloca a nosotras, felices inconscientes usuarias de los mismos, en la cúspide de la irracionalidad que se supone representa el descontrol, léase todo sentimiento supuestamente femenino. La publicidad detecta incipientes cambios sociales. Captó al vuelo las primeras reflexiones sobre la masculinidad de tímidos grupos de hombres profeministas. Y surgieron anuncios donde un hombre desprendía calor de ternura o podía sentirse embarazado. Más adelante incluso pudimos comprobar que su preciada batuta de director de orquesta coital podía encogerse con el frío. Luego, vino la locura de la metro-sexualidad, urbe-sexualidad y un sin fin de etiquetas que seguían dejándoles huérfanos de sentimientos y emociones saludables y nos sumergieron en esos anuncios perversos donde las mujeres adoptan lo más sexista del rol masculino para hacernos creer en la trampa saducea de que ser cómo el imaginario sexista nos dibuja es liberarse o alcanzar la igualdad. Pero cada vez más hombres saben que pueden aprender a recuperar sus sentimientos, hacer dos cosas a la vez, cuidar, ser tiernos y heterosexuales…
Carmen Freixa. Publicado en La Vanguardia 25 mayo2008